1967, en un pueblo de provincias, símbolo de todo un periodo de la historia de España. Antonio y Patricia, dos hermanos adolescentes que se adoran, ansiosos de amor, libertad y cultura, se disponen a alzar el vuelo.

Ese verano les visitan los hijos del registrador, jóvenes modernos de la alta burguesía con quienes inician una relación equívoca. Mientras tanto, el padre Yuste trata de que Antonio, su alumno predilecto, participe en un certamen literario sobre la figura de Azorín, modelo para la juventud, cuya estatua en el centro del jardín del pueblo, preside verbenas y bailes en los que se desatan torrentes de deseo…

Dejamos la calzada y avanzamos hacia los primeros árboles del jardín (…) hasta la estatua de Azorín. Contemplaba el cielo amenazador desde su pedestal, entre dos pilares de librotes sobre los que se habían formado montículos blancos, como antorchas apagadas en un olvido de siglos (…). Bajo el tejo centenario que escasamente le protegía de la tormenta, sin ruidos (…), desaparecido el continuo zureo de palomas que acompañaba al busto en los días de buen tiempo, (…) parecía presidir la nada en el silencio más absoluto, y al morirse también la luz de la tarde, la negrura de su boca se hundía más y su gesto apesadumbrado se volvía fantasmal.