Bautizado por Azorín como «El solitario de Getafe», dotado de una ironía particular y una misantropía evidente, Bautista Amorós se desdobla en estos cuentos en Silverio Lanza (1856-1912), para verter con mayor libertad sus ácidas críticas contra la sociedad de su tiempo, la estupidez de sus coetáneos, y el absurdo de una vida provinciana y amiga de prebendas. Sus humorísticos relatos contra el caciquismo, la pobreza, la indiferencia social hacia los más desfavorecidos o el politiqueo más ridículo se alejan de la pomposidad filosófica y la metáfora rebuscada tan comunes en su tiempo, mantienen una posición ética insobornable y demuelen el edificio del desatino mediante un lenguaje en sintonía perfecta con sus intenciones de denuncia.